Motorizar el aula en todas sus dimensiones

 


En el post anterior, escrito al principio de este particular ciclo lectivo, me referí a la dupla "presencialidad-virtualidad" sin sospechar que esa dicotomía, con el correr de los días, pasaría a ser la protagonista de un campo de batalla en el que claramente se dirimen cuestiones que poco tienen que ver con la preocupación pedagógico-didáctica.

Así, lo educativo pasó a estar en la primera plana en las acaloradas argumentaciones provenientes de ambas orillas de la famosa grieta. En un esfuerzo por no entrar en ese debate, considero que a los docentes nos puede ayudar repensar algunas cuestiones didácticas mientras seguimos remando en las aulas en medio de esta coyuntura histórica.

Todos tenemos claro los beneficios de la presencialidad, la vida misma por definición, es presencial, ¿quién puede dudar que lo mejor de la vida sucede en la presencialidad? Claramente las aulas no son la excepción, y también es clara la función social de la escuela, más allá de lo que concierne a los procesos de enseñanza y aprendizaje. Pero tambien es cierto que en esta presencialidad (limitada y limitante) no podremos encontrar todo lo que esperamos de ella. Por supuesto que aparecen algunos rasgos importantes, como por ejemplo, la función de cuidado y contención que tiene la escuela mientras los padres salen a trabajar, la posibilidad de estar con los pares, aunque sea, con distancia social y barbijo, dentro de un aula ventilada (y a veces, fría), en el mejor de las casos. Tambien, por supuesto, el vínculo docente-alumno se enriquece, y mucho, el cara a cara, barbijo mediante, sigue siendo mucho mejor que verse en la pantalla o directamente no verse.

Dando por sentado que la presencialidad está en la escencia del hecho educativo y que es lo esperable y deseable, pensemos ahora en las propuestas de formación virtual. En el nivel universitario, hace más de dos décadas que se vienen ganando un lugar y las posibilidades didácticas del aula virtual o EVA (entorno virtual de aprendizaje) fueron tan interesantes desde el punto de vista de su impacto positivo en términos pedagógicos, que en la última década, fueron múltiples los intentos de integrarlas en las escuelas no por necesidad, como lo fue ante la emergencia sanitaria, sino como complemento dentro de un sistema educativo absolutamente presencial, como lo era hasta que se desató la pandemia.

Por un lado, contar con algun tipo de plataforma educativa empezó a ser para los colegios una evidencia clara del esfuerzo por integrar las TIC en forma sistemática e institucional, más allá de las acciones individuales que podían estar comenzando a aparecer en forma aislada por parte de docentes interesados en renovar sus prácticas al son de las nuevas tendencias. Por supuesto, que no podemos generalizar y seguramente, en este sentido, podríamos observar tantas realidades distintas como escuelas.

En el 2020 todo cambió y de algún modo, todas las escuelas y sus respectivas comunidades educativas, tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para cumplir con su cometido estando los edificios cerrados, porque, como dice Mariana Maggio en su reciente libro "Educación en Pandemia" (Maggio, 2021), no estábamos prepardos para educar con los edificios cerrados. Si bien es cierto que fue un poco más fácil para aquellos colegios que ya tenían una infraestructura digital, poder armar, de la noche a la mañana, la escuela virtual, implicó un esfuerzo gigantezco para sostener la famosa continuidad pedagógica en tales condiciones.

 Pero, la "escolaridad virtual" que, en los contextos más favorecidos, se logró gracias a los encuentros sincrónicos por MEET o por ZOOM no es la verdadera definición de aula virtual, y es alli donde me gustaría detenerme, porque si entendemos eso, vamos a comprender que un posible hilo de donde tirar para articular presencialidad y virtualidad, es empezar a reconocer las fortalezas y las debilidades de ambas para avanzar mejor en los aprendizajes a pesar de las dificultades y la vorágine de las burbujas que se abren y se cierran.

Más arriba, mencionamos rápidamente las fortalezas de la presencialidad y, con respecto a las debilidades (de esta presencialidad limitada que tenemos), sabemos que van de la mano de los protocolos, que obviamente hay que cumplir. Es allí, precisamente, en las debilidades de esta presencialidad que nos toca transitar, el lugar exacto donde las aulas virtuales tienen mucho para ofrecer, pero no desde la exigencia de la propuesta sincrónica que requiere respetar horarios, padres que tiene que hacerse cargo de asistir a sus hijos para que se conecten a una hora determinada y todas las peripecias que ya vivimos el año pasado, si no, jugando con la creatividad a la hora de diseñar experiencias en el terreno de las propuestas asincrónicas.

Precisamente, una de las fortalezas de las propuestas de formación virtual es la concepción subyacente con respecto a la gestión de los tiempos y eso es algo que no se está aprovechando del todo, digo, la parte de trabajo asincrónico es visto como tareas que sobrecargan a los estudiantes en lugar de verla como espacios de aprendizaje reales articulables con lo que sucede en los encuetros sincrónicos presenciales o no. Sin dudas, las ventanas de oportunidad que se abren cuando exploramos el universo de lo asincrónico constituyen un camino para descomprimir la presión acumulada por docentes y alumnos ya que "respirar a otro ritmo puede ser uno de los pilares desde los que refundar nuestra relación con el tiempo en el sistema educativo" (Maggio, 2021).

Capitalizar el enorme esfuerzo creativo que los docentes desarrollaron durante 2020 en la virtualidad, en lugar de esforzarnos por olvidarlo gestando clases presenciales "lo más parecido posible a lo que eran hasta el 2019", para mi, sería el primer paso, no solo para transitar estos momentos turbulentos con más calma sino también para comenzar a edificar los cambios que la didáctica clásica ya venía necesitando mucho ante del Covid, como dice Paula Sibila en su libro "Redes o Paredes" , el colegio es una tecnología de época, y ya sabíamos aun antes de la pandemia que "sus modos de funcionamiento ya no sintonizan facilmente con los jóvenes del siglo XXI" (Sibila, 2012).

Cuestiones como atender a la diversidad y promover la inclusión proponiendo diversos caminos y diversos ritmos puede ser más facil si lo pensamos en marcos asincrónicos, que en el aquí y ahora que impone un encuentro presencial. En esto también el aula virtual nos brinda posibilidades de gestionar los contenidos y crear grupos diferenciados con actividades alternativas. Asimismo también provee herramientas que pueden servir para diseñar experiencias que favorezcan procesos metacognitivos a través, por ejemplo, de propuestas de autoevaluación y evaluación entre pares. Por otro lado en las aulas virtuales se hace más posible el trabajo interdisciplinario que muchas veces encontraba obstáculos por cuestiones de tiempos y espacios.

Hoy a los docentes nos toca motorizar el aula teniendo en cuenta todas sus dimensiones: la presencial, la virtual sincrónica, (cuando sea necesaria) y la virtual asincrónica, como partes de un todo. 

Quizás, dejar lo presencial para el encuentro y celebrar lo que allí suceda a favor de los aprendizajes, comentando, clarificando, orientando a los alumnos en vivo y en directo para que todo aquello que ideamos y plasmamos en el aula virtual fluya de la mejor manera posible, con la tranquilidad de saber que existe un fuerte andamiaje para las actividades asincrónicas que se articulan en los recorridos previstos y propuestos en el aula virtual de acuerdo a un entramado didáctico que lo sostiene.